La huida en cuarentena

[Pódcast] El vaivén del desarraigo · Capítulo 1

Los hermanos Carla, Laura, Andrés y Julián salieron caminando el 19 de noviembre de 2020 desde Yaritagua, en el noroccidente de Venezuela, rumbo a Ecuador. La falta de comida y recursos mínimos para vivir llevó a la madre de los cuatro a decidir salir con lo que llevaban puesto y apenas algunos morrales, donde no iban documentos de identidad de los pequeños.

Tras cuatro días de travesía, al llegar a Guasdualito, en el estado Apure, al suroccidente del país y en frontera con Colombia, Julián, el mayor de los tres (16 años) se separó del grupo para continuar solo hasta su destino final, donde lo esperan dos de sus otros hermanos.

Carla, con 13 recién cumplidos, Laura de 11 y Andrés de 8, se quedaron con su madre en Manga del Río, del lado venezolano, a la espera de poder reunir dinero para comprar un teléfono móvil que les permita comunicarse con sus familiares en Ecuador y continuar así su ruta migratoria. Para ello, las hermanas y su madre trabajan como domésticas y vendiendo café. Carla dice que quiere seguir estudiando, porque allí no pudo continuar el bachillerato, pero sobre todo, lo que más desea es regresar a su casa en Yaritagua.

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Producción general y guion:

Liza López

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Periodista en Apure:

Isaura Ramos

Locución:

Arantxa López y Rafael David Sulbarán

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Montaje y posproducción de audio:

Rafael David Sulbarán

Transcripción

Carla

Yo me quería devolver porque no me gustaba caminar mucho, veía muchas… veía muchos niños llorar, bebés recién nacidos y a mí me dolía porque yo también tengo mi sobrino, tengo mis hermanos y entonces a mí me daba cosa, porque esos niños llorando, porque las mamás tenían hambre, ellos tenían hambre porque las mamás no tenían nada en su teta y no los podían amamantar, entonces a mí me daba mucha cosa y yo le decía a mi mamá: “mamá, yo me quiero devolver, yo me quiero devolver, porque no quiero ver a eso”. Veíamos una niña especial que llevaban ahí, entonces la niña también decía le decía a la mamá, al papá, que tenía hambre, que tenía sed y nosotros íbamos en lo mismo, a otro país, cómo poder este sobrevivir, porque donde nosotros estábamos, nosotros no teníamos cómo comer, no teníamos cómo estudiar. Nosotros para escribir teníamos que escribir con un “tuco” chiquito de lápiz. No teníamos cuaderno… pasábamos mucha hambre, en un día comíamos una o hasta pasábamos de largo al siguiente día y no comíamos.

Narradora

Ella es Carla y recién cumplió 13 años. Recorrió a pie y en aventón durante cuatro días más de 360 kilómetros junto a su madre, su hermano mayor Julián y sus hermanitos Laura, de 11 años, y Andrés de 8, para tratar de llegar hasta el cruce de Venezuela con Colombia que queda en la frontera entre Apure y Arauca.

Ahora, en este sábado caluroso de febrero del 2021, cuenta lo que vivió en ese viaje que hicieron a finales de 2020, mientras se apoya en una canoa a orillas del río Sarare, cerca de Guasdualito, una zona fronteriza en el Alto Apure, en Venezuela. Un lugar que para ella, lo único agradable que tiene es poder bañarse en esas aguas.

Ella y su hermanita tienen las mismas mejillas redondas y la piel color canela. Carla viste unos legguins que se arremanga para jugar en el río y Laura luce una franela de adulto que le queda como un vestido. Ambas tienen el cabello castaño y lacio, como su mamá.

En esta historia les vamos a contar parte de su experiencia, que puede ser espejo de muchas de las vivencias de los niños venezolanos que han migrado en medio de la pandemia por la Covid-19, exponiéndose a riesgos de todo tipo y a ser testigos de escenas que quedan marcadas.

Usaremos nombres distintos para resguardar su integridad.

Carla

Yo sí sentía miedo, pero a la vez no, porque como le sigo diciendo yo creo en un Dios que todo lo puede, es el rey de reyes, señor de señores.

Narradora

Carla, sus hermanos y su mamá salieron el 19 de noviembre del 2020 desde Yaritagua, el pueblo donde vivían en Yaracuy, en el centro de Venezuela, con la idea de llegar hasta Ecuador, donde vive otro de sus hermanos mayores. Pero sus planes se truncaron cuando estaban por llegar a Colombia, porque Julián, el hermano adolescente, decidió continuar solo hasta Bogotá, y perdieron así la única manera de contactarse con quien los espera en Ecuador: un teléfono móvil.

Se separaron al llegar a una bifurcación en la que debes decidir si tomas la vía hacia el sur, para intentar cruzar la frontera fluvial de Arauca, o hacia el Táchira, para de allí pasar a Cúcuta, en el departamento colombiano del Norte de Santander en Colombia.

Carla

Él vino con nosotros, pero él como vio que no veía nada aquí en Guasdualito, él tuvo que irse. Él vino con nosotros, él se llegó con nosotros, él nos acompañó y en el sol de hoy, él nos dice que está en Bogotá, pero lo que nos han dicho es que se va a ir a ca’ de mi hermana para donde está en Ecuador. Y mi hermano, mi otro hermano el menor, que es el menor que tiene 16 años, él también, él se vino a los tres días, que él sí se vino primero, él llegó hasta allá, hasta Ecuador,, que está con mi hermana también, que es mi hermana la mayor de las hembras. Y sí ella también está allá en Ecuador y ella también tiene dos niñas, dos hembras, hermosas, y bueno allá está con mis dos hermanos.

Narrador

La travesía de Carla y su familia ilustra cómo inicia el ciclo migratorio que miles como ellos han transitado en medio de las restricciones que impone una pandemia, una nueva crisis

que agudizó la Emergencia Humanitaria Compleja que ya padecía Venezuela desde hace varios años.

En esta nueva entrega de Hijos Migrantes, conoceremos historias de niños venezolanos que han tenido que desplazarse junto a sus familiares para escapar de la pobreza en tiempos de coronavirus. También conoceremos cómo el 2020 trastocó la llegada de los pequeños caminantes que ingresan a Colombia indocumentados y por qué muchos decidieron retornar en el último año a Venezuela.

La huida en cuarentena es el primer capítulo de la serie El vaivén del desarraigo. Viajamos junto a nuestra reportera Isaura Ramos hasta la región fronteriza de Apure, en el suroccidente de Venezuela, para conocer las condiciones del peregrinaje que realizan los pequeños migrantes.

El vaivén del desarraigo es un trabajo especial con sello de #HijosMigrantes, realizado en alianza entre Historias que laten, El Pitazo y el proyecto Migración Venezuela del Grupo Semana de Colombia.

Soy Rafael David Sulbarán y junto a mi compañera Arantxa López les contaremos esta serie de historias.

Bienvenidos.

Narradora

Carla tiene siete hermanos y los mayores que ella han migrado a Colombia o a Ecuador. Uno de ellos, que hizo el viaje hasta Guasdualito con ella, decidió continuar solo hasta Colombia, siendo aún menor de edad.

Zuleima, su madre de 50 años, se había quedado en Yaritagua con los cuatro más pequeños pensando que podía aguantar con las remesas que le enviaban sus hijos mayores. Pero desde que se decretó la pandemia en esos dos países, y en Venezuela en marzo del 2020, la ayuda dejó de llegarles y perdió contacto con varios de sus hijos.

Resistieron varios meses hasta que en noviembre pasado, desesperada, decidió, de un día para otro, irse con los que aún vivían con ella.

Carla

Nosotros, calladitos, nosotros no le dijimos a nadie. La única que supo fue mi hermana, la que está allá. Ella lloró también, nos decía que nos cuidáramos, que estuviéramos siempre con mi mamá al lado, que estuviéramos con ella, y no nos separáramos.

Narradora

En Yaritagua habían escuchado que la frontera por el Alto Apure, la que conduce hacia El Amparo, era menos transitada y más hospitalaria. Esa es una de las vías de salida de los desplazados venezolanos hacia Colombia: cruzar el río en botes hacia el departamento de Arauca, una región que comparte casi 300 kilómetros de límite con Venezuela. Una vez allí, optarían por quedarse en ese país o seguir hacia Ecuador, a donde quieren llegar Carla y su familia.

Por eso emprendieron el viaje por esa ruta, sin detenerse por el riesgo al contagio de la Covid-19 y sin pensar mucho en que las fronteras están cerradas o con pasos restringidos desde marzo del 2020.

Cuando Carla, sus dos hermanitos y su mamá llegaron a Guasdualito, cuatro días después del recorrido, estaban exhaustos. Hicieron escala en ese pueblo luego de recibir comida y abrigo en el centro Jesús Maestro, que coordina la organización humanitaria de la Iglesia Católica, Cáritas.

Laura, la hermanita de Carla, recuerda con detalles ese periplo.

Laura

Bueno, nosotros nos vinimos desde el 19 al 24, 23 de noviembre. El 19 no logramos hacer nada. El 20, que estaba cumpliendo yo, nos vinimos para Barinas, de ahí de Barinas caminamos un buen rato. Ahí conseguimos un río y nos bañamos. Y después ahí, saliendo del río, un señor se paró para darnos la cola. Y ahí nos dio la cola, y después estuvimos caminando, pero caminamos mucho. O sea, un día casi duramos caminando. Ya cuando íbamos a llegar aquí, cuando llegamos en el pueblo arriba, ahí había una alcabala y mi mamá de una vez les dijo para que si nos podía buscar una cola para acá para Guasdualito, y la consiguieron y eso nos vinimos y llegamos tarde.

Lo que sí comimos en el camino fue pan, pan, pan. La gente se paraba, nos daban pan. Eso sí nunca nos faltó, el pan y el agua.

Periodista Isaura Ramos

¿La gente les daba agüita también por el camino?

Sí, nosotros pedíamos y nos daban agua. Nosotros traíamos comida, pero eso se nos acabó. Traíamos unas arepitas y unos ponquecitos, pero se nos acabó porque nosotros creíamos que eso era cerca, no era tan lejos, nosotros creíamos que era cerca. Es lejos, es lejos. De allá de Yaritagua a aquí.

Narradora

Cientos, sí, cientos de hijos migrantes como Carla, Laura y Andrés se desplazaron junto a sus madres o solos en el último año. La pandemia no frenó la migración forzada, al contrario, la movilización migratoria de venezolanos aumentó en 2020, tal como lo refleja el informe que publicaron en diciembre de ese año el Centro de Investigaciones Populares y los Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap).

Al menos 150 niños, niñas o adolescentes, entre un promedio de 500 migrantes, siguen cruzando diariamente la frontera colombo-venezolana, según los registros de la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes, Acnur y Migración Colombia.

Son niños que quedan bajo un total desamparo, advierte la socióloga Mirla Pérez, investigadora del Centro de Investigaciones Populares y profesora de la Universidad Central de Venezuela.

Mirla Pérez

Niños movilizados. En su relatos quedan dibujados unos niños muy indefensos legalmente, en la alimentación. No hay protección. Uno ve que el niño está en total indefensión, desde el momento que sale del territorio venezolano, llega a Colombia, una vez en Colombia o en el país de destino, también entra en indefensión.

Narradora

Después de pasar varios días deambulando, en la plaza de Guasdualito, una familia le ofreció a Carla, a sus hermanitos y a su mamá hospedaje a una media hora a pie de allí, en Manga del Río, un sector a orillas del río Sarare, cerca de la frontera, pero aún en territorio venezolano, donde decenas de desplazados han instalado techos improvisados con plástico sobre tierra y arena.

Allí duermen temporalmente desde que llegaron, hasta que la madre de los niños pueda comprarse un teléfono móvil para contactar a alguno de sus hijos y retomar sus planes de migrar hacia Ecuador, atravesando Colombia.

Consiguió trabajo de doméstica en casa de una familia. Sale temprano en la mañana con Carla y Laura, y entre las tres limpian y cocinan de lunes a viernes, a cambio de desayuno y almuerzo y 100.000 pesos colombianos, unos 27 dólares mensuales.

Al niño más pequeño, el de 8 años, lo cuida otra familia en Manga del Río mientras ellas están trabajando. Y los fines de semana, las niñas venden café en la plaza de Guasdualito junto a su mamá.

Como cuenta Laura, la hermanita de 11 años, la idea de migrar al inicio les resultaba esperanzadora. Pero la realidad ha sido distinta. Así se lo dice, con toda su franqueza de niña, a nuestra periodista Isaura Ramos:

Laura

Yo me sentí alegre porque yo creía que todo iba a ser fácil, que todo era como nos lo pintaban y eso, pero no es nada fácil. Mis metas eran llegar, reunir plata para mandarle a todos allá en mi pueblo, allá de mi familia, para mandarles todo lo poquito para allá, pero nunca pude hacer eso, las metas que yo quería. Aquí no se ve eso, pues.

Periodista Isaura Ramos

¿Y cómo te sientes?

Laura

Me siento triste, porque no tengo a mis sobrinos, no tengo a mis hermanos, no tengo a nadie aquí, sino solamente nosotros cuatro.

Lo que me daba fuerza a mí era que cada día mi mamá seguía adelante. Cada día Dios le daba, así sea un poquito de fuerza, pero se lo daba. Que cada día nunca falló, porque si fuera fallado, nunca fuéramos llegado aquí.

Periodista Isaura Ramos

¿Y qué es lo que más extrañas ahorita que estás a orillas del río Sarare? ¿Qué es lo qu más extrañas de allá de Yaritagua?

Laura

A mi familia, a mi abuela, a mis tías. Así sean mis tías que son peleonas, pero siempre las extraño. Y a mis sobrinos, que esos son, naguará, esos son los que yo más quiero en la vida, son mis sobrinos, que siempre, siempre son los que yo más quiero, pues.

Narradora

Las huellas del proceso migratorio en los niños venezolanos son muy duras y difíciles de borrar, explica Abel Saraiba, psicólogo y coordinador del programa Creciendo Sin Violencia de Cecodap.

Abel Saraiba

La migración para los niños siempre, siempre es un proceso complejo porque muchas veces, o sea, muy rara vez es el niño quien, quien tiene parte en la decisión. Suele ser una decisión tomada por los adultos, muchas veces buscando garantizar una supervivencia que, que se ve amenazada en el país de origen, y para el niño hay mucha rabia, mucha confusión, ansiedad, preocupación. En algunos casos puede haber expectativas, no negativas, pero por lo general es un proceso muy movilizador para los niños y que debemos entender que no necesariamente ese proceso de movilización se va a manifestar en el proceso del tránsito, sino que muchas veces ocurre tiempo después, cuando se llega al destino y se hace compleja la adaptación. Por eso es que es tan importante poder poner en palabras y ayudar, y esto creo que es una constante para el duelo, para los procesos de de cambio, de adaptación, ayudar a poner en palabras lo que está pasando de manera tal que el niño pueda, con sus recursos emocionales y con el apoyo de la familia, procesar estas complejas experiencias emocionales y continuar adelante.

Narradora

Como salieron de su casa en Yaritagua sin planificarlo mucho, el único recuerdo que Laura empacó fue un cuaderno donde escribe sus pensamientos, un diario, y su hermana Carla, guardó un suéter de su sobrina favorita para sentirla siempre cerca.

Carla

Yo dije que ese suéter no lo iba a dañar porque ese era de mi sobrina, es de mi sobrina, pero yo me lo traje porque yo la tengo desde chiquita a ella y entonces yo dije “me lo voy a llevar porque es de mi sobrina, para recordarla siempre”, porque yo, yo a ellos les dije les voy a mandar esto, aquello, y cuando de verdad vi que no era así como lo pintaban, que te decían: “No, tú llegas en tal parte y te consigues trabajo, y te consigues esto, lo otro y aquello”. Al primer día decían no, al segundo día, al tercer día tú consigues trabajo porque la gente ve tu necesidad y no sé qué más, pero no es como lo pintan, no es como la gente dice: “No, esto es así, es más lindo y qué no sé qué más”. No es así. Primero tienes que pensar bien, pensar bien las cosas que vas a hacer y cómo lo vas a hacer, prepararte bien para ese viaje.

Narradora

“Prepararse bien”, dice Carla. Ella quizás no está al tanto, pero eso implica migrar con todos los documentos de identidad, incluyendo sus pasaportes, la autorización de viaje del padre -a quien, por cierto, tienen años sin ver-, tramitar el cambio de domicilio para que

los niños puedan estudiar en otro lugar distinto a su escuela, la que dejaron atrás en Yaritagua. Allá cursaba el primer año de bachillerato, y aquí, en Manga del Río, no ha podido continuar estudiando. Sus hermanos Laura y Andrés tampoco.

Carla

No, aquí no estamos estudiando porque los papeles están allá. Porque nosotros nos vinimos así, sin nada, porque nosotros pensábamos que nos podían mandar las tareas aquí de allá, pero no se puede porque mi mamá todavía en estos momentos no ha tenido cómo comprarse un teléfono, para que nos manden las tareas y eso. Pero ahorita está empezando a trabajar mi mamá y entonces mi mamá dice que se va a comprar un teléfono, pero como está empezando tiene que comprarse otras cosas. Y bueno… Y por eso son las cosas que yo también me quiero devolver para Yaritagua, mi pueblo, mi ciudad, que yo me quiero devolver para allá.

Yo de verdad, yo quiero es estudiar, y yo lo que le pido mucho a Dios es que me ayude a estudiar y que le dé mucha fuerza a mi mamá para que ella pueda trabajar, para que nos siga ayudando, y que Dios la ayude demasiado, le dé fuerza, le dé sabiduría para que trabaje, y yo de verdad, yo, mis sueños son este… estudiar. Eso es lo que yo tengo en mi mente: estudiar y estudiar, y lograr lo que yo de verdad quiero.

Narrador

Este capítulo La huida en cuarentena es el primero de la serie de Podcast El vaivén del desarraigo, realizado por el equipo periodístico de Hijos Migrantes.

Producción general y guion Liza López.

María Fernanda Rodríguez coordinó la reportería.

Isaura Ramos fue nuestra periodista en Apure.

En la edición participaron María Fernanda Rodríguez, Grisha Vera, Ginna Morelo y Jonathan Gutiérrez.

Locución: Arantxa López y Rafael David Sulbarán.

Montaje y posproducción de audio, Rafael David Sulbarán.

El vaivén del desarraigo es un trabajo especial con el sello de #HijosMigrantes, realizado en alianza entre Historias que laten, El Pitazo y el Proyecto Migración Venezuela del Grupo Semana de Colombia.

Los invitamos a visitar nuestra página web www.hijosmigrantes.com. Allí encontrarán otras historias con foco en los riesgos a los que se expone la niñez venezolana por migrar indocumentada. También puedes encontrar esta serie en tu plataforma de podcast favorita.

Gracias por escuchar.